«En aquellos tiempos, pisar un cuartel o una comisaría era sinónimo de torturas y vejaciones. Y de silencio. Lo peor era el silencio después de la humillación. Aquella fue una época de miedo, de terror sicológico, calculado y salvaje, en la que casi todo se le permitía a la policía con tal de que los opuestos a la dictadura no molestaran. A veces la vida hace estragos con los hombres. Cumplía con mi deber.
Nunca me sentí orgulloso de aquello, pero tampoco me arrepiento. Sí de otras muchas cosas, pero son tantas que conducen a la desesperación».